Ishbel Szatrawska The Depths

When they entered the first village, she was gripped by fear. The windows in the peasant cottages were broken, the shutters dangled forlornly, and some of the buildings had been burnt down. There were no people, but she saw a dog crossing a yard with a bloody scrap in its jaws. In some places the fire was still smouldering. Lying in the snow were clothes, implements, suitcases, shoes – everything wet and mixed up, a pile of rags. The stench of burning was suffocating her, but she decided to press on.

She could hear the whirr of engines; the army had to be close. She jumped off the wagon and crossed the yard briskly. A few houses, she thought – it’s a tiny village, just a few houses.

In one of them she found a sack of onions and some buckwheat, in another sheepskin coats edged with fur, heavy and hard-wearing, though one had its underarm stitching mended. An occupant of the house with the coats was lying in a side room, shot through the head. His popping eyes looked imploringly at someone on whom they clearly had made no impression. The rest of the family wasn’t there, as if they all evaporated.

They caught up with her in the barn, where she had hoped to find some hay for the old nag purchased together with the wagon right after they’d got off the train. Sure enough, there was plenty of hay. It pricked her face and hands, with which she tried to grasp something to support herself. She couldn’t get hold of anything but scraped her hands till they bled. There were three of them. She tried speaking to them in Russian, but they didn’t seem to care. Instead of answering, they pushed her face down into the hay. They raped her one after another, but she paid no heed to their shoving or the pain. She was afraid she’d suffocate. She gasped for air greedily, and with each lungful she swallowed dry stalks, sharp as razor blades. She could feel them in her nose and throat, all over her face and neck. Her heart was pounding like mad. She gasped, choked, gasped again, and all she could think about was that this was the end. When they were finished, she propped herself up and, with one powerful movement, shoved herself as far away as she could. She breathed rapidly and unevenly, still choking with hay. For a while she saw and heard nothing, as if plunged into deep, dark water. After she came to her senses, she stared at the ceiling of the barn for a long time.

She dragged herself off the ground only when she felt cold. Limping, she made her way back to the wagon with a bundle of hay, an onion and one sheepskin coat. She didn’t have the strength to carry more.

The old man was lying face up, wheezing quietly, while his wife, wrapped in blankets, sat motionless, as if frozen. Janka rubbed her cheeks. The woman was barely breathing. With an effort, Janka climbed up onto the wagon, put the coat on and sat down in the driver’s seat with a groan. It was only then that she felt the pain. Now it was hurting nearly all the time, whether the wagon was moving or not, whether she was sitting or standing.

Translated by Eliza Marciniak

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Ishbel Szatrawska, Abismo, (Toń)

Cuando entró en la primera aldea, el miedo se apoderó de ella. En las casas las ventanas estaban tapiadas, los postigos colgaban penosamente, algunos edificios estaban quemados. No había gente, pero un chucho cruzó el patio con un jirón ensangrentado en la boca. Aquí y allá el fuego seguía vivo.

En la nieve aparecían ropas y objetos, maletas, zapatos, un montón de trapos desperdigados, empapados y mezclados. Le asfixiaba el hedor a quemado, pero decidió entrar en la aldea.

Oía el zumbido de los motores, el ejército debía estar cerca. Bajó del carro de un salto y cruzó el patio a paso rápido.

—Son pocas casas — pensó. Es un pueblo pequeñito, apenas unas casas.

En una de ellas encontró un saco de cebollas y otro de grano, en otra unos abrigos de piel vuelta de borrego, pesados, rematados con piel, resistentes, aunque uno tenía remiendos en las costuras de las axilas.

El habitante de la casa de los abrigos yacía en la alcoba con la cabeza atravesada por un disparo. Sus ojos muy abiertos miraban implorando a aquel a quien claramente esto no impresionó en absoluto. El resto de la familia no estaba allí. Como si se hubieran evaporado.

La alcanzaron en el granero, al que entró con la esperanza de encontrar heno para la yegua que habían comprado junto con el carro inmediatamente después de bajar del tren. Y el heno estaba allí. Se le clavaba en la cara y en las manos que buscaban algo para agarrarse, cualquier cosa que le diera apoyo. No agarró nada, sólo se desgarró las manos. Eran tres y ella trató de hablarles en ruso, pero no les importó mucho. En respuesta la empujaron hundiendo su cara en el heno. La fueron violando por turnos, uno tras otro, pero ella no prestó atención a los empujones ni al dolor.

Tenía miedo de asfixiarse. Atrapaba el aire ávidamente y con cada bocanada tragaba briznas secas afiladas como cuchillas. Las sentía en la nariz y en el esófago, en toda la cara y el cuello. Su corazón golpeaba enloquecido. Ella tomaba otra bocanada, se atragantaba, volvía a tomar aire, en su cabeza se agitaba el pensamiento de que esto era el fin. Cuando terminaron, apoyó las manos en el suelo y de un empujón fuerte se alejó lo más que pudo. Respiraba pesada e irregularmente, atragantándose con el heno. No veía ni oía nada durante un buen rato, como sumergida en un abismo negro. Después, cuando recuperó los sentidos, estuvo mirando largamente la bóveda del granero.

Se levantó cuando sintió frío. Cojeando, llegó al carro, con un fardo de heno, cebollas y un abrigo de piel vuelta de borrego. No tenía fuerza para cargar más.

El viejo estaba tumbado de espaldas y respiraba con estertores, mientras su mujer, envuelta en mantas, permanecía inmóvil, como congelada. Janka le frotó las mejillas. La mujer apenas respiraba. Con mucha dificultad, Janka se subió al carro, se puso el abrigo de borrego y gimiendo se sentó en el pescante. Sólo entonces sintió dolor. A partir de entonces le dolía casi incesantemente, tanto si el carro estaba rodando como si estaba parado, estando de pie o sentada.