Marta Hermanowicz The End
My body is the eight hectares of Chrobrowicze chernozem, of Volhynia soil fertilised with blood and shit, enriched with the spit of a farmhand, but only when the master wasn’t looking and then holding his head so high, his exposed throat asking for a knife until the master, being taken away to a Lager, took notice. I have wide hips, I have sweeping breasts, it’s a shame not to treat them with crop rotation, but I won’t bear children, after all a human was created for dying as much as for giving life. I carry this homework inside me. It’s my dowry, my knife and my pepper spray. I thrash about. I’m a flame-thrower, burnt ground, wasteland, a threat of vengeance uttered against the wind, an effigy which cannot drown for good.
I walk along a street and I can see you more than you can see me. Each of you a tormenter. I know what you are capable of. I designate, count one by one. A looter, an arsonist, a snitch, a rapist, a thief. Among the nations of the world. On a silent night. Get up, miscreants, God is born. Tell those who were used to fertilise the soil that good always wins. Supposedly each of us carries a spark inside, supposedly you were created for good and truth, not just for murdering. In the textbooks you will find statues of heroes, decapitated demigods. Dates of battles, exterminations, nights of the long knives, starless nights when blood soaked into the ground not at all furtively. Inasmuch as ye have done it unto one of the least of these my brethren, ye have done it unto millions and billions. You have done it out loud. With lights on. And the digits merge, travel deeper and deeper in, fade away, quieten; Roman, Arabic, as good for counting bread as for counting bodies of enemies.
I have my own numbers too. I’m divided. I consist of fifty-two nooks, each darker than the next. I don’t know whether I’m alive or dead, cover me with soil. I thrash about, then and now, an old soul, a misfire from the time of war, a child-relic of the past.
I try to piece myself together. God threw me, missed the target. Now I have to pick myself up from the floor, get up, brush myself off, get somewhere, do something, march, march, Dąbrowski. Mid-life I go down the escalator onto platform three of hell, the first circle. I watch people bumping into each other on a Saturday at 4.40 a.m., at 4.40 a.m. on the night of 18 July 2018, the year of the Lordless. Going walkabout at Central Station, attempting to get onto the right carriage. The crowd pushes onto the Konopnicka from Wrocław to Lublin, onto the Słowacki, the Mickiewicz, the Orzeszkowa. What was the train with cattle carriages from Volhynia to Siberia called, perhaps the Dostoyevsky or the Tolstoy?
People with luggage, ready for mid-winter in July, going back to the sticks to their mothers; the mothers make pierogi, cook some chicken soup. They will welcome their children, say, “the capital has tired you out, don’t go on Sunday”. And the children will run away anyway, have a few smokes between the family home and the station, release a deep breath and take a seat on the train by the window, with provisions wrapped in glass and newspaper hidden behind their legs, go back to Warsaw, again, to get lost, to unbridle, to diffuse, to fall to pieces.
Translated by Anna Błasiak
***
Marta Hermanowicz, Fin
I
Mi cuerpo son ocho hectáreas de la tierra negra de Chrobrowicze, Volinia, conocida como Chernozem. Fertilizada con sangre y mierda, abonada por los esputos de un labrador (pero so lo cuando el señor no se fijaba, porque luego mantenía erguida la papada pidiendo un cuchillo hasta que el señor, de camino al gulag, lo viese). Me han crecido anchas caderas y un pecho prominente, una pena que no se me aplique la rotación de cultivos. Aunque yo ya no pariré, las personas hemos sido creadas tanto para engendrar vida como para morir. Llevo dentro de mí una tarea pendiente. Aquí está mi dote: un cuchillo y un spray de pimienta. Me agito. Soy como un lanzallamas, como la tierra quemada, estéril y yerma. Una amenazadora venganza proferida contra el viento, una marioneta que no acaba de hundirse.
Camino por la calle y me fijo más en vosotros que vosotros en mí. Todos y cada uno de vosotros sois verdugos. Sé de lo que sois capaces. Escribo y cuento uno a uno: saqueador, pirómano, delator, violador, ladrón… De entre todos los pueblos del mundo, en medio del silencio de la noche. ¡Levantaos, impostores, Dios no ha nacido! Decidle a aquellos que fecundaron la tierra que el bien siempre gana. Supuestamente hay una llama ardiendo en cada uno de vosotros; supuestamente fuisteis creados para el bien y la verdad, pero también para el asesinato. En los libros de texto encontrarás esculturas de ídolos, héroes después de su decapitación. Fechas de batallas y de exterminios, veladas de cuchillos largos, noches sin estrellas en las que la sangre no escaseaba precisamente, anegando el suelo. Lo que le hicísteis a los más pequeños, se lo habéis hecho a millones, miles de millones. Lo hicísteis a viva voz, con la luz encendida. Y los números se funden, viajan cada vez más hondo, se desvanecen y callan; romanos, arábigos, igual de buenos para contar el pan o los cuerpos de los enemigos.
Yo también tengo mis cifras. Estoy dividida. Estoy hecha de cincuenta y dos ángulos, cada uno más oscuro que el anterior. No sé si estoy viva o muerta, cubridme de tierra. Revoloteo entre el antes y el ahora: un alma vieja, un desecho de la guerra, una reliquia infantil del pasado.
Intento recomponerme. Dios me lanzó, pero sin dar en el blanco. Ahora tengo que levantarme del suelo, ponerme en pie, sacudirme, llegar a algún sitio, hacer algo… «marcha, marcha, Dąbrowski[1]». Desciendo por la escalera mecánica de la mediana edad hasta el andén tres del infierno, primer círculo. Observo a gente dando golpes a las cuatro y cuarenta de la mañana de un sábado, a las cuatro y cuarenta de la noche del dieciocho de julio de dos mil dieciocho, un año anodino. Extraviados por la Estación Central, intentan subir al vagón correcto. La multitud se precipita a empujones contra Konopnicka[2] de Breslavia a Lublin, pero también contra Słowacki[3], Mickiewicz[4] o Orzeszkowa[5]. ¿Cómo se llamaba el tren de ganado de la ruta Volinia-Siberia? ¿Dostoyevski o Tolstói quizás?
La gente con su equipaje, preparado en julio para pleno invierno, vuelve a las afueras con sus madres, madres que han preparado pierogi[6] y caldo. Saludarán a los niños y les dirán «seguro que estás cansado de la capital, no te vayas el domingo». Pero luego los niños huirán de todos modos, fumándose varios cigarrillos entre la casa familiar y la estación. Con una profunda exhalación, tomarán asiento junto a la ventanilla del tren, escondiendo bajo los pies provisiones empaquetadas con vidrios y periódicos. Regresarán a Varsovia y se perderán de nuevo, dispersándose y disgregándose hasta volverse añicos.
Traducción: Amelia Serraller Calvo
[1] Cita al estribillo del himno polaco (N. de la t.)
[2] Maria Konopnicka (Suwałki, 1842 – Leópolis, 1910) fue una poeta, narradora, ensayista, periodista y traductora del Positivismo polaco, que luchó por los derechos de la mujer (N. de la t.).
[3] Juliusz Słowacki (Kremenets, 1809 – París, 1849), insigne poeta y dramaturgo del Romanticismo polaco. Adaptó con gran personalidad El príncipe constante de Calderón, vinculándola al destino de Polonia, invadida por Austria, Prusia y Rusia durante toda su vida (N. de la t.).
[4] Adam Mickiewicz (Nowogródek, 1798 – Constantinopla, 1855) principal poeta e ideólogo del Romanticismo en Polonia. En su obra destacan el drama Los antepasados y la epopeya nacional El Señor Tadeo (N. de la t.).
[5] Eliza Orzeszkowa (Milkowszczyzna, 1841- Grodno, 1910) eminente narradora del Positivismo polaco, nominada al Premio Nobel de Literatura. Destacan sus novelas A orillas del río Niemen y Meir Ezofowicz, donde se centra en la situación de los judíos (N. de la t.).
[6] Uno de los platos más tradicionales de la cocina polaca, oriundo de China. Se trata de una pasta rellena con diferentes variedades de vegetal o carne. Presenta similitudes con los ravioli (N. de la t.).
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