Literary novel
Mateusz Górniak
Dwie powieści ruchu
Literary novel
Mateusz Górniak
Dwie powieści ruchu

Mateusz Górniak, Two Motion Novels

 

The Nomad Girl

When I close my eyes, I fall backwards. When I open them, I see a swarm of little stars above me. My heart is racing. I drank the cup of Ethiopian pourover coffee in three minutes. The world is beautiful. I’m on a high that says everything could be a sign. My life is a growing stack of mysteries.

She’d dropped an ice cube into that delicious Ethiopian pourover, so I could drink it immediately, the way I like to: in one go, with two or three breaks for breathing. She’d come into work half an hour ago. I’d been waiting. She’s parading around in mountaineering boots today – it’s her bad girl artefact, as she calls it. She says they make her feel task-oriented. Like she’s about to go nick something. Or go run around town with a crazy smile. She says that thanks to the shoes, she can do a bit more than in the usual trainers or heels. She could hide in the mountains in those shoes, and everyone could go fuck themselves, or almost everyone, and she’d be free; she’d walk on the hillside, and a little deer would run across her path; a bird would whistle, and she’d find some firewood; she’d come back in those mountaineering boots, across the hillside, to get herself warm for a spectacular night spent solo. I met her exactly 10,000 years ago, in the summer. On one of the estates, there’s this bench, that’s it, a simple bench where our friendship began. The trees cheered us on. They cast shade on her. A bird, keen as a bean, perched on the bin overflowing with rubbish and coloured liquids. So she sat there, in the shade, on that bench, in the bin’s stink, and she looked awful, like a trodden-over thing, or a little broken watch, so I went up to her – I’m always collecting shattered souls. I sat down next to her; she just chewed and chewed on that gum. She told me it was all Gucci – that she always looked like that. Like death by a thousand cuts, like a vampire, like something along those lines, and to be fair, she got that question a lot, but really, it was all Gucci, and she wasn’t really sure what everyone’s deal was. Then, for five hours straight, we chewed the hottest gum on the market and yapped away. She told me the story of her short life and within a moment, after claiming it was all Gucci, she was holding in her hand her poisoned, partly yellowed heart. She was majestic, within just a minute, in all her dignified suffering. The girl who throws a cold, sticky, dripping pack of meat as hello. Who eats steel and shits in the woods, then dies every day in her bed, and each time is worse than the last. She was suddenly saying something about the liver, and soon, she took it out, too. The liver quickly led to an anecdote – its horizon holding some purplish happiness, some jellied love. That’s how she was. And then she’d spit out the gum, so I did the same. We’d get started on the next one, and she’d change the subject. I listened with awe. She’d chew the gum very quickly, ferociously, and said her mother chewed even more quickly and ferociously. We fell in love energetically. Those five, chewed-up hours were our beautiful pilot episode. Seemingly one, drawn-out, slice-of-life scene, but it had everything. Inexpressible resentment, but also infectious ecstasy. Swing sets and orangeade from childhood. Younger sisters shouting. Wild mirages of TV shows. Catalogues with tips for surviving when there’s muck spilling out everywhere and bad things are happening. Eyes of our mothers, hands of our fathers. Hitchhiking stories. What does your tattoo mean? And that scar? And this mole? We couldn’t help ourselves. The trees were green like mint jelly. One of us would get the anecdote going, while the other interrupted, remembering something from ten minutes ago. Biting ourselves on the tongue in the heat of conversation – and love. That’s how we were then, and it was beautiful.

Translated by Dawid Mobolaji

***

Mateusz Górniak, Dos novelas de movimiento

 

Cuando cierro los ojos, vuelo hacia atrás. Cuando los abro, veo una nube de estrellas sobre mí. Mi corazón va demasiado deprisa. En tres minutos me he bebido una taza de brebaje etíope. El mundo es hermoso. Tengo la alucinación de que cualquier cosa puede ser una señal. Mi vida es un cúmulo de rompecabezas.

Dejo caer un cubito de hielo en ese delicioso brebaje etíope para poder beberlo enseguida. Como a mí me gusta, de un trago, con dos o tres pausas para respirar. Hace media hora que vino a trabajar, la estuve esperando. Hoy desfila con sus botas de montaña, un artefacto canalla suyo, lo dice ella misma. Me confiesa que con las botas puestas se siente hecha para la tarea. Como si estuviera a punto de ir a mangar algo. O correr con ellas por la ciudad con una sonrisa loca. Que gracias a ellas puede un poquito más que normalmente, cuando lleva deportivas o tacones de aguja. También dice que puede ir a esconderse a la montaña con esas botas, y que se jodan todos, ella será libre y soberana. Y bajará por la ladera y un ciervo se cruzará en su camino, un pájaro piará, y encontrará leña, y volverá con esas botas para andar por la montaña, por esa ladera, a calentarse en una noche estelar a solas.

La conocí hace exactamente diez mil años, en verano. Hay un banco en una de las urbanizaciones, un simple banco, donde comenzó nuestra amistad. Los árboles nos animaban. Daban sombra. Un pájaro impaciente se posó sobre la papelera que desbordaba basura y chorreaba líquidos de colores. Y ella estaba sentada allí, a la sombra, en aquel banco, junto al hedor de aquella papelera, y tenía un aspecto terrible, como algo pisoteado o como un pequeño reloj roto, así que me acerqué a ella, porque siempre he coleccionado almas rotas. Me senté a su lado, y ella estaba mascando chicle como una posesa. Decía que todo estaba fetén, que siempre tenía ese aspecto. Como cuatro mil años de sufrimiento o como una vampiresa o algo así y, en realidad, ella oía mucho esa pregunta pero, sin duda, todo estaba fetén, y no sabía muy bien de qué se trataba. Luego, durante cinco horas, mascamos el chicle más fuerte del mercado dándonos palique. Contó toda su corta vida y, sólo un minuto después, tras haber dicho que todo iba fetén, sostenía en la mano su corazón afligido y hasta amarillento.

Majestuosa estaba, después de solo un minuto, en todo su solemne sufrimiento. Una chica que, de entrada, te lanza un paquete de carne frío, pegajoso y chorreante. Que come acero y caga en el bosque, y muere en la cama cada día, y cada vez está peor. De repente decía algo del hígado y lo sacaba inmediatamente, y del hígado directo hacia una anécdota en cuyo horizonte se esbozaba algo de felicidad púrpura, un amor gelatinoso. Así era ella. Y luego ella escupía el chicle, entonces yo también, y cogíamos otro, y ella cambiaba de tema. Yo la escuchaba absorta. Ella mascaba el chicle muy deprisa, con furia, y decía que su madre lo hacía aún más deprisa y con más furia. Nos queríamos enérgicamente. Esas cinco horas mascadas fueron nuestro hermoso episodio piloto. Una única y larguísima escena costumbrista en un banco, pero todo estaba ahí. Una pena difícil de expresar, pero también un éxtasis contagioso. Los columpios y las naranjas de la infancia. Los gritos de las hermanas pequeñas. Los locos espejismos de los programas de televisión. Un catálogo de buenos consejos de supervivencia cuando toda la porquería se derrama alrededor y las cosas van mal. Los ojos de nuestras madres, las manos de nuestros padres. Historias de autostop. ¿Qué significa ese tatuaje? ¿Y esa cicatriz de ahí? ¿Y ese lunar? No podíamos evitarlo, y los árboles eran verdes como la gelatina de menta. Una soltaba una anécdota y la otra la interrumpía porque le recordaba algo de hacía diez minutos. Mordiéndonos la lengua en el fuego de la conversación, del amor. Así éramos entonces y era hermoso.

 

Traducción: Elżbieta Bortkiewicz

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文字和插圖:皮歐特·卡爾斯基(Piotr Karski)
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She climbed her first peaks in a headscarf at a time when women in the mountains were treated by climbers as an additional backpack. It was with her that female alpinism began! She gained recognition in a spectacular way. The path was considered a crossing for madmen. Especially since the tragic accident in 1929, preserved … Continue reading “Halina”

Wojciech Chmielarz

First, Marysia, a student of an exclusive private school in Warsaw’s Mokotów district, dies under the wheels of a train. Her teacher, Elżbieta, tries to find out what really happened. She starts a private investigation only soon to perish herself. But her body disappears, and the only people who have seen anything are Gniewomir, a … Continue reading “Wound”

Anna Kańtoch

A young girl, Regina Wieczorek, was found dead on the beach. She was nineteen years old and had no enemies. Fortunately, the culprit was quickly found. At least, that’s what the militia think. Meanwhile, one day in November, Jan Kowalski appears at the police station. He claims to have killed not only Regina but also … Continue reading “Penance”

Marek Krajewski

The year is 1922. A dangerous time of breakthrough. In the Eastern Borderlands of the Republic of Poland, Bolshevik gangs sow terror, leaving behind the corpses of men and disgraced women. A ruthless secret intelligence race takes place between the Lviv-Warsaw-Free City of Gdańsk line. Lviv investigator Edward Popielski, called Łysy (“Hairless”), receives an offer … Continue reading “A Girl with Four Fingers”

Ks. Tomasz Stępień

This question is closely related to the next one, namely: if any goal exists, does life lead us to that goal in an orderly manner? In other words, is everything that happens to us just a set of chaotic events that, combined together, do not form a whole? To understand how the concept of providence … Continue reading “Order and Love”

Jakub Małecki
Szczepan Twardoch
Wiesław Helak
Maria Wilczek-Krupa
Anna Kańtoch
Rafał Kosik
Paweł Sołtys
Dorota Masłowska
Wiesław Myśliwski
Martyna Bunda
Olga Tokarczuk
Various authors
Mariola Kruszewska
Waldemar Bawołek
Marek Oleksicki, Tobiasz Piątkowski
Wojciech Tomczyk
Urszula Zajączkowska
Marzanna Bogumiła Kielar
Ks. Robert Skrzypczak
Bronisław Wildstein
Anna Bikont
Magdalena Grzebałkowska
Wojciech Orliński
Klementyna Suchanow
Andrzej Franaszek
Natalia Budzyńska
Marian Sworzeń
Aleksandra Wójcik, Maciej Zdziarski
Józef Łobodowski

The work of Józef Łobodowski (1909-1988) – a remarkable poet, prose writer, and translator, who spent most of his life in exile – is slowly being revived in Poland. Łobodowski’s brilliant three- volume novel, composed on an epic scale, concerns the fate of families and orphans unmoored by the Bolshevik Revolution and civil war and … Continue reading “Ukrainian Trilogy: Thickets, The Settlement, The Way Back”

Piotr Zaremba
Wacław Holewiński
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